En sus faldas vivía una maga hechicera que llevaba por nombre Luvityb (luv: llama; vitun: humo) que tenía dos jóvenes hijas llamadas Cuyen (luna) y Huaglen (estrella).
Los hombres que lograban verlas quedaban prendados de ellas, pero la maga obstaculizaba todo entendimiento con sus artes mágicas sobre todo en las noches, ardía y humeaba en el cerro una extraña fogata que impedía toda sorpresa y que daban al Coiquen la apariencia de un enorme horno que cuece pan, de ahí le vino seguramente el nombre que tiene y que dice con el caso que referimos.
Con todo, había 2 mocetones a los cuales se les habían entrado hasta el alma las 2 bellas, los cuales menudeaban con cualquier pretexto las visitas al cerro y a la casa de la maga, la cual comprendió las intenciones de los atrevidos. Las jóvenes que no eran de palo ni de hierro, habían aceptado a hurtadillas la amistad y requerimiento de los apuestos varones.
Pasaba el tiempo y no era mucho lo que progresaban los jóvenes en sus intenciones; sin embargo, un día idearon una estrategia que maduraron y estudiaron cuidadosamente y de la cual hicieron saber a las 2 jóvenes. Eran tiempos de guerra y de peligros. Los 2 jóvenes se hicieron dar el cargo de centinelas y ninguna parte hallaron más a propósito para ese oficio que la de estar en el cerro. Allí tenían su morada y desde allí espiaban los movimientos de cualquier adversario. El plan camino a las mil maravillas porque habían logrado entenderse con las bellas CUYEN y HUALGLEN.
La hechicera muy enfadada dio un golpe y remeció el cerro y pronuncio una frase ininteligible, la tierra se abrió desapareciendo ella y sus 2 hijas. Enseguida se volvió a juntar la tierra y los mocetones no vieron más que unos ojos de agua o pequeñas vertientes que ellos creyeron eran los ojos llorosos de sus amadas. Se dice que aún hay en el cerro pequeñas poza que vierte agua sin secarse jamás.